Nosotros teníamos unas seis horas de viaje desde casa hasta el alojamiento que habíamos reservado en el Valle, así que salimos pronto de casa con la idea de llegar a comer ya en la zona. La verdad es que una vez que lo hemos visitado, nos hemos dado cuenta de que cualquier pueblo de los que conforman la Vall de Boí es recomendable para alojarse, puesto que están muy cerca unos de otros y desplazarse puede llevarnos tan sólo unos minutos. Después hablaré de cuál fue nuestro alojamiento.
Las carreteras desde Madrid son muy buenas, casi todo el tiempo por autovía por lo que el viaje no se hace nada pesado. Paramos a comer antes de llegar, en Benabarre, un pueblo de la provincia de Huesca en el que destaca su castillo del siglo XI, época en la que la localidad estaba bajo dominio musulmán. Su construcción se llevó a cabo por orden del rey Ramiro I de Aragón para defender la población y protegerla de invasiones, esto era algo bastante común en aquella época.
El castillo de Benabarre está construido en la parte más alta de la localidad, para controlar las rutas y tener mejor protección. Está construido en piedra y se limita a un recinto amurallado con una torre, acompañada por una iglesia de estilo románico.
Para comer elegimos un restaurante que se encuentra cerca de la Plaza del Ayuntamiento, el Restaurante Mars, un restaurante de comida casera que nos sorprendió. La propietaria nos recomendó el ternasco de la zona y la verdad es que estaba buenísimo. Bebimos una cerveza artesanal de la zona que nos sorprendió, poco a poco se empiezan a hacer buenas cervezas de este tipo en España.
Unos 40 kilómetros más adelante, en la misma N-230, paramos para ver desde la propia carretera la localidad de Sopeira y su embalse.
Y enseguida nos encontramos con el desvío que nos lleva de lleno al Valle del Boí, nuestro destino para los siguientes días.
Nuestro alojamiento estaba en la localidad de Barruera, el hotel Farré d’Avall, en el que recibimos un trato extraordinario por parte de la familia que lo gestiona, sobre todo de Pilar, su dueña, la cual nos cuidó durante los tres días que pasamos allí. Cada mañana nos preparaba un desayuno exquisito con pan tumaca, fuet, queso, jamón y un zumo de naranja recién exprimido.
Como había comentado ya, para visitar el Valle te puedes alojar en cualquiera de los pueblos, ya que están muy cerca unos de otros y conectados por carretera, aunque esto no ha sido así siempre. La carretera que sube hasta Taüll, fue construida durante los años 50, por lo que antes no llegaban vehículos hasta esa localidad, la más alta de todas y cerca de la estación de esquí del mismo nombre que más tarde visitamos.
Nosotros elegimos Barruera porque se encuentra en el inicio del Valle y nos pareció mejor situación para visitarlo.
Después de dejar nuestras cosas en la habitación, fuimos a dar un paseo por la localidad, es un pueblo muy pequeño, como todos los que conforman el Valle del Boí, así que en un corto paseo lo has visto casi todo.
Lo más interesante de esta localidad es su iglesia de Sant Feliu, una de las que conforman el Conjunto del Románico declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Se encuentra separada de la población, junto al río, en un paisaje encantador. De la iglesia trataré en el siguiente post, dedicado al conjunto románico.
Como los días son muy largos en estas fechas, aprovechamos que aún quedaba luz y nos desplazamos hasta Taüll, estaba bastante impaciente por ver una de las iglesias más famosas del Valle, Sant Climent de Taüll que, con la luz del atardecer, lucía espectacular.
Desde allí decidimos subir a ver la estación de esquí de Boí-Taüll, que a pesar de tener aún muchísima nieve, ya había cerrado las instalaciones hacía unas cuantas semanas, justo después de la Semana Santa. Es por ello que en esta época en el Valle del Boí es temporada baja y eso lo notamos en algunos sitios que encontramos cerrados (sobre todo algunos restaurantes), pero para nosotros fue más una ventaja, pues encontramos mejor precio de alojamiento y sobre todo no encontramos aglomeraciones en nuestras visitas.
A esa altura había un grado de temperatura, que junto con el aire que se había levantado, hacían casi imposible estar en el exterior, así que volvimos a Taüll para buscar un sitio para cenar.
Y menudo sitio encontramos!!!! Fue todo un acierto. Cuando subíamos hacia la estación, leímos en un establecimientos «Cervecería Gastronómica» y la verdad es que nos llamó la atención, así que al bajar paramos y vimos que estaba abierto, así que allí nos quedaríamos a cenar. Las vistas son espectaculares, con la Iglesia de San Climent y el pueblo de Taüll al fondo.
Se llama Cervecería Tribulosi y en su carta puedes encontrar más de 80 tipos diferentes de cerveza.
El interior de la cervecería también es muy bonito, es lo más parecido a esas cervecerías con encanto que te encuentras por Europa…..
Nos sentamos en una mesa con vistas, jejeje y nos dejamos aconsejar por su dueño, el cual recomienda un tipo de cerveza diferente en función del plato que pidas, maridaje que se llama.
Un plato de salmón salvaje de Alaska lo acompañamos con una cerveza ahumada elaborada en la preciosa localidad de Bamberg, en Alemania. La cerveza nos encantó, y el salmón también por supuesto, tenía un toque ahumado muy agradable y le iba fenomenal al plato.
También compartimos una hamburguesa de ternera ecológica de la zona con una cerveza belga que el dueño nos recomendó y que también estaba exquisita (Aunque las fotos no sean las mejores, jejeje)
Después de cenar volvimos a nuestro hotel a descansar, al día siguiente haríamos la ruta por el Conjunto del Románico del Valle de Boí!!!