Locronan, Quimper y Concarneau

Después de parar a comer en Crozon (viene del relato anterior) continuamos con la ruta que teníamos pensada para ese día. 
Nos quedaba la visita a alguno de los lugares más bonitos y encantadores de Bretaña, como es el pueblo de Locronan, un pueblo considerado como «petite cité de caratère», una denominación que tienen algunos pueblos franceses que tienen un estado de conservación y belleza dignos de esta categoría.

La ruta que teníamos que seguir a partir de ese momento y hasta nuestro nuevo alojamiento era la siguiente:
(Dedicamos tiempo suficiente en cada lugar para ver aquello que nos parecía más importante y disfrutar del ambiente de cada sitio).




Al llegar a Locronan tienes que dejar el coche a las afueras del pueblo en un parking de pago, es lo bueno que tienen este tipo de localidades, que en ellas está prohibida la circulación de vehículos (excepto residentes), así como letreros que guarden cierta armonía con la estética general del pueblo, y es por eso por lo que resulta tan encantador. 
Nada más iniciar el camino por su calle principal que lleva hasta la plaza, ya empiezas a ver las tiendecitas con un diseño cuidado de esas que tanto me gustan. 


Pasear por sus calles es como retroceder en el tiempo. Llama la atención lo cuidado que está todo, no ves cables colgando de las fachadas porque están soterrados, ni antenas en los tejados…. Todo guarda una armonía perfecta, incluso en el color, todas las fachadas, o la gran mayoría de las de la localidad, son de granito, algunas con moho adherido por el paso del tiempo, y las carpinterías de las ventanas y puertas, en tonos pastel, formando un conjunto de cuento. 

Justo cuando estábamos allí, cayó una tormenta de las que parece haberse abierto el cielo, así que corrimos a refugiarnos a la Iglesia de San Ronan, fundador de la ciudad,  un bello ejemplo del gótico flamígero en cuyo interior podemos observar unas bonitas vidrieras, además de otros elementos destacados, como el púlpito y la escultura del fundador de la ciudad. 





Cuando pasó la tormenta volvimos a salir a la plaza y dimos un paseo disfrutando de otros rincones de Locronan. 

Detrás de la Iglesia se encuentra el cementerio de la localidad, con cruces de piedra y flores por todas partes. 



La verdad es que nos sorprendía la cantidad de flores que había por todas partes, todo muy cuidado. El clima la verdad es que ayuda mucho, pues a pesar de ser el mes de julio, no alcanzamos las temperaturas a las que estamos acostumbrados en nuestro país, eso, y la humedad de la zona, hacen que toda la vegetación luzca espectacular.


Era momento de partir hacia nuestro siguiente destino de la tarde, Quimper.
A medida que nos acercábamos, miramos al cielo cada vez más oscuro temiendo que volviese a caer «la del pulpo» y cayó, vaya si cayó….. tanto que nos tuvimos que refugiar con el coche bajo un puente de la carretera (junto con otra decena de coches), ya que el granizo que caía impedía la visibilidad. Allí estuvimos unos minutos hasta que amainó y pudimos llegar hasta el centro de Quimper. 

Aparcamos el coche en la calle que discurre paralela al río Odet, en una zona preciosa con barandillas adornadas de flores y puentes que cruzan el río.

Por uno de los puentes nos adentramos hacia el centro de la ciudad, una ciudad en la que destacan las dos torres de su imponente catedral, además de un encantador casco histórico con casas de entramado de madera de los siglos XVI y XVII. 
La Catedral de Saint Corentin fue construida durante el siglo XIII, durante la época del gótico radiante. Se trata de una de las tres catedrales de estilo gótico que coexisten en Bretaña, junto con las de las ciudades de Saint-Pol-de-Léon y de Tréguier, esta última la habíamos visto en días pasados. 
La catedral de Quimper está consagrada a Saint Corentin, patrón de la ciudad y primer obispo de la misma. 
Está situada en una plaza y la verdad es que, dada su grandiosidad, es bastante complicado verla completa, por lo que se hace necesario avanzar por una de las calles para verla mejor. 

Pasamos a su interior brevemente, sólo para admirar la altura de sus naves y tener una visión general ya que preferimos emplear el tiempo que tenemos en recorrer parte de su centro histórico. 


Nos adentramos en el entramado de calles, destacando la calle Kèreon, desde la que se obtiene una buena vista de la catedral.


Somos de los que nos gusta probar los productos típicos de cada lugar, y Quimper tiene fama por los macarons, así que vamos viendo muchas tiendas con escaparates llenos de estos dulcecitos de almendra de colores muy sugerentes, hasta que entramos en una de ellas y nos hacemos con  nuestro pequeño botín, y digo pequeño porque el precio que tienen los macarons tampoco es para pegarse un festín. 


Es una ciudad para perderse paseando por sus calles, disfrutando de las fachadas de sus casas y de la cantidad de rincones encantadores que encuentras a tu paso. Encontramos un gran número de creperies, por lo que si alguien se aloja en esta localidad no tendrá problemas para alimentarse bien. 




Nos vamos hacia la zona donde se encuentra el mercado cubierto que a estas horas está cerrado y nuevamente la lluvia hace acto de presencia, tanto que tenemos que refugiarnos debajo de los toldos de una terraza donde aprovechamos para pedir algo para beber. 

Llegamos hasta la Place Terre au Duc, una de las principales de la ciudad, toda rodeada de casas típicas con entramado de madera. 


Poco a poco volvemos a por nuestro coche para dirigirnos hacia el último destino del día, Concarneau, donde habíamos reservado habitación justo el día antes en el Ibis Budget que se encuentra a las afueras de la localidad.  El hotel cumplía perfectamente lo que nosotros necesitábamos y el alojamiento en el centro era caro, así que como nosotros íbamos con coche no había problema en tener que desplazarnos un poco y así ahorrarnos unos euros. 

Después de dejar nuestras cosas en el hotel nos fuimos hasta el centro de la ciudad, o mejor dicho, hasta la zona del puerto donde se encuentra la ciudadela medieval, el bastión conocido como Ville Close, construido para proteger la ciudad, un precioso recinto histórico  rodeado de murallas y con un encanto especial.

 Nada más traspasar la puerta del puente peatonal que une la pequeña isla en la que se encuentra Ville Close con la ciudad, empiezas a disfrutar del ambiente que allí se respira, casas de entramado de madera, pequeños restaurantes con sus terrazas animadas, tiendas, muchas tiendas, sobre todo de productos relacionados con el mar, y todas tan bonitas!!!


Nuestra idea era buscar un sitio para cenar en una de las terrazas de la calle principal, pero antes disfrutamos de un espectacular atardecer con los barcos del puerto como telón de fondo. 

Ahora sí que tocaba cenar, así que buscamos una mesa en una terraza que nos gustó y nos pedimos una cena bretona por excelencia, con sus mejillones con patatas fritas y su sidra! 





Por la noche, cuando la mayoría de los turistas ya han abandonado la ciudadela, el ambiente es mucho más tranquilo, sus calles iluminadas de una forma tenue resultan también encantadoras y merece la pena dar un paseo mientras te acercas nuevamente a la puerta de salida del bastión. 
Y al llegar al puente, allí nos quedamos un rato observando únicamente la fachada de enfrente con nuestras sombras proyectadas, fue la mejor manera de terminar un día muy intenso, tocaba ir a descansar pues al día siguiente continuaba nuestra ruta. 



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