Nos despertamos en nuestro hotel situado a pocos kilómetros de Innsbruck y tras un rico desayuno y antes de irnos a pasar el día en Innsbruck, nos acercamos hasta Seefeld in Tirol, un pueblecito situado al norte de Innsbruck y que goza de un encanto especial. Recuerdo que, aunque el día estaba despejado, hacía bastante frío cuando llegamos, era temprano y el pueblo aún estaba «dormido», es un lugar muy visitado por las impresionantes pistas de esquí que hay en sus proximidades.
Lo que sí estaba abierto a esas horas era la iglesia de St Oswald, del siglo XV, así que aprovechamos para visitarla.
Al lado del pueblo está el lago Wildsee, que en esta época del año estaba totalmente congelado, hay un camino que lo rodea por el que puedes pasear y observar unas vistas bastante bonitas de las montañas, las cuales empezaban a verse bastante nevadas, además de las vistas del propio lago.
Bajando hacia Innsbruck las vistas eras espectaculares, así que paramos en un lado de la carretera para poder disfrutarlas mejor, el paisaje lucía bajo un sol de invierno que tímidamente se asomaba y que hacía destacar la poca nieve que había caído en los días anteriores.
En pocos minutos llegamos a Innsbruck, la capital del Tirol y una de esas ciudades con un encanto especial en esta época del año, reconozco que perderme por sus calles medievales, sus mercadillos y sus plazas fue de lo mejor del viaje.
Una de nuestras primeras paradas fue en la Catedral de Santiago, también conocida como Domkirche zu St Jackob, se trata de uno de los principales atractivos turísticos de esta ciudad debido fundamentalmente a su exageración barroca y a sus numerosas obras de arte. Se construyó sobre 1720 sobre una antigua iglesia gótica.
Continuamos la visita dando un agradable paseo por una de las orillas del río Inn, había que aprovechar la luz del día para ver el paisaje que forman el río y los Alpes y además aprovechar también el sol, ya que por la noche, en esta zona hace un frío tremendo como pudimos comprobar horas después.
Y ya entramos a callejear por su encantador entramado de callejuelas medievales en las que encontramos varios mercadillos de navidad y enseguida llegamos a la plaza donde se encuentra el mayor tesoro arquitectónico de Innsbruck, el Goldenes Dachl, el tejadillo de oro. Está formado por 2657 láminas de bronce dorado colocadas obre un mirador gótico. Desde allí se asomaba el emperador Maximiliano para observar los espectáculos que tenían lugar en la calle.
Desde donde mejor se puede observar el tejadillo de oro, así como gran parte de la ciudad, es desde lo alto de la cercana Stadtturm, a la que accedimos subiendo los 148 peldaños para tener una de las vistas más impresionantes de Innsbruck y de las montañas de alrededor. A pesar del aire que hacía arriba, estuvimos allí un buen rato disfrutando de lo que teníamos delante.
Una vez abajo, continuamos hasta Maria-Theresien Strasse, donde se encuentra la columna de Santa Ana, Annasäule, coronada por una estatua de la Virgen María. Esta columna fue levantada en 1706 y es uno de los símbolos del Tirol ya que representa la victoria de la ciudad contra los bávaros.
Allí mismo había un mercadillo de navidad en el que nos encontramos con el mismísimo Papá Noel, el cual se había acercado hasta un puesto de salchichas para saciar su hambre, jejejeje.
A nosotros ya nos había entrado hambre también, así que nos fuimos al mercadillo que había instalado enfrente del tejadillo de oro, donde habíamos echado el ojo a un plato típico, se trata de una masa frita que puedes rellenar tanto de chucrut (repollo fermentado muy típico del centro de Europa), como de mermelada, así que pedimos uno de cada para compartir.
Continuamos disfrutando del mercadillo y de las calles aledañas en las que había tiendecitas donde vendían típicos productos tiroleses.
Después de unas horas de paseo disfrutando del ambiente que se forma alrededor de los mercadillos de navidad, decidimos ir a tomar algo caliente a uno de los lugares más famosos de la ciudad, el Cafe Munding, situado en Kiebachgasse 16. Pedimos un chocolate de la casa y la verdad es que fue toda una sorpresa la forma en la que nos lo sirvieron. Un vaso de leche caliente y dos bolas de exquisito chocolate que había que introducir en el vaso para que se fundieran, la verdad es que el sabor era delicioso, al igual que la porción de tarta que compartimos.
Ya con más fuerzas volvemos a salir a la calle para continuar disfrutando del mercadillo y de los encantadores rincones que ofrece esta ciudad.
Decidimos ir a otro de los mercados de Navidad de la ciudad, en este caso se trata del mercado de Navidad panorámico de Hungerburg, al que hay que acceder a través de un funicular. Una vez arriba las vistas de toda la ciudad de Innsbruck iluminada son espectaculares. Ya que estábamos allí aprovechamos para entrar en calor con una taza de vino caliente y ver los puestos que habían instalado en los que se vendían detalles y recuerdos navideños. Eso sí, hacía frío de verdad, pero allí había un ambiente impresionante y eso es algo que envidio de estos lugares, en los que a pesar del intenso frío, la gente sale a la calle a disfrutar del ambiente de los mercadillos y aprovechar para pasar un rato agradable con la familia y amigos.
Volvemos a bajar en el funicular y nos vamos hasta el mercadillo de Navidad que se encuentra en la zona del río Inn, el de la Plaza del Mercado, donde hay instalado un gran árbol de Navidad hecho con cristales de Swarovski, cuya tienda se encuentra a pocos pasos del tejadillo de oro, en pleno casco antiguo de la ciudad.
En este mercado hay multitud de puestos de artesanía y de recuerdos navideños, puestos de comida y atracciones para toda la familia.
Para cenar elegimos el restaurante Goldenes Dachl, situado en Hofgasse, 1, a poca distancia del famoso tejadillo. Había mucha gente esperando y es buen síntoma, enseguida nos atendieron y pedimos dos platos típicos de la gastronomía tirolesa que nos sentaron de maravilla después de un intenso día. Después de cenar nos retiramos a nuestro hotel a descansar, al día siguiente nos esperaban nuevas aventuras.