Comienza un nuevo día de nuestra escapada en Oporto, ese día decidimos ir a desayunar a uno de los cafés más conocidos, el Cafe Guarany, toda una institución en la ciudad en cuyas paredes podemos ver pinturas originales de la artista Graça Morais.
Tras el agradable desayuno bajamos por la Rua Mouzinho da Silveira hasta la zona de la Ribeira, donde nos embarcaríamos en nuestro pequeño crucero. El día antes habíamos leído información sobre estos cruceros y nos pareció interesante tener otra vista diferente de la ciudad.
Por el camino fuimos disfrutando de los rincones encantadores de Oporto, sus fachadas, sus pequeñas tiendas en las que parece haberse detenido el tiempo…..
El crucero que elegimos es el denominado «Seis Pontes», porque te acerca a conocer los diferentes puentes que cruzan el río Duero en esta zona, que son S. João, una estructura ferroviaria que fue construida por Edgar Cardoso; El puente de María Pía, que fue inaugurado para el paso del tren en 1991; El puente do Freixo, obra de Antonio Reis; El puente del Infante Don Henrique, obra del ingeniero Adão da Fonseca y que fue presentado en el 2003; El puente de Arrábida, que con un arco de más de 50 metros de altura comenzó a funcionar en 1963; y por último el emblema de la ciudad de Oporto, el Puente de Luis I del que ya hablé en el relato anterior de la ciudad.
El día estaba espectacular, una temperatura buenísima que nos hizo disfrutar aún más de esta grata experiencia.
Desde la pequeña embarcación en la que realizamos el crucero, se obtienen sin duda las mejores vistas de ambas orillas del río. Estos barcos son conocidos como «rabelos», son embarcaciones que antiguamente eran utilizadas para el transporte de los toneles de vino.
Finalizado el crucero, dimos un agradable paseo por Vilanova de Gaia y allí nos tomamos un pequeño tentenpié antes de comer, unas croquetas, o mejor dicho boliños, de bacalao.
Decidimos volver a comer a la zona de la Ribeira, en uno de los restaurantes más recomendados, Don Tonho situado en Cais da Ribeira 13-15, donde probamos una de las especialidades de la comida portuguesa, el bacalao a «Gome de Sá», que por cierto estaba exquisito. Las mesas estaban colocadas en el exterior, desde allí teníamos unas vistas fantásticas.
Después de comer nos fuimos a seguir conociendo otros lugares de la ciudad.
Llegamos hasta la Iglesia de San Francisco, uno de los pocos edificios medievales que se conservan en la ciudad. Tanto en la fachada como en el interior pueden encontrarse diferentes estilos, esto es debido a las modificaciones que ha sufrido a lo largo de los años.
En su interior destacan las tres naves, con tallas revestidas en oro, la más llamativa es la central, a la que llega la luz del gran rosetón.
De esta iglesia también destacan las catacumbas, ubicadas en el subsuelo de la misma y que albergan los restos de los hermanos de la orden de los franciscanos que fallecieron entre 1749 y 1866. Además también existe un osario con miles de huesos, lo que le da un aire un tanto tétrico a la visita de esta zona.
Seguimos paseando por la orilla del Duero disfrutando de las vistas, las coloridas fachadas con su ropa tendida y los monumentos cubiertos de azulejos tan característicos de la arquitectura de esta ciudad.
Llegamos hasta uno de los museos más famosos de la ciudad, el Museo do Carro Eléctrico, en la Alameda Basílio Teles 51, está dedicado a la historia del tranvía de la ciudad. El museo exhibe varios tranvías antiguos, así como otros elementos asociados a su funcionamiento y muchas fotografías. Uno de los tranvías antiguos que se exhiben, data de 1872 y era tirado por caballos.
Con la entrada al museo (creo recordar que fueron como unos 4€ por persona), puedes utilizar el tranvía de la ciudad durante 4 horas a la salida de la visita, así que decidimos hacer nuestro particular paseo en ese encantador medio de transporte. Para ello utilizamos el tranvía número 22, el más pintoresco de todos y que realiza un recorrido circular entre la Rua do Carmo y Batalha a través del casco antiguo de la ciudad, por lo que también es una buena manera de descansar a la vez que se disfruta del paseo.
Después de este paseo en tranvía, nos encontramos al lado del Puente de Luis I, en la zona alta, así que descendemos por unas escaleras que pasan por debajo del mismo, es sorprendente observar cómo las viviendas han quedado unidas a él. La zona parece un poco deprimida…
Ya que estábamos en la otra orilla, nos quedamos a ver el atardecer que, como el del día anterior, nos dejó imágenes muy bonitas.
Nuestra última noche en Oporto queríamos cenar otro de los platos típicos de la ciudad, un «cachorro», muy parecido a un perrito caliente, así que decidimos ir al Café Guarany, donde habíamos empezado el recorrido por la mañana, ya que leímos que eran de los mejores de la ciudad. No puedo decir si eran de los mejores o no, estaba bueno, pero nada del otro mundo, jejeje.
Con una buenísima impresión de la ciudad, nos vamos a descansar a nuestro hotel, damos por finalizada nuestra visita a Oporto, una ciudad espectacular a la que merece la pena escaparse para descubrir esos rincones tan encantadores que puedes encontrar en sus calles, a la vez que disfrutas de su rica gastronomía.
Volveremos!!
Mª Ángeles.