La Rochelle, parada obligatoria a la vuelta de la Bretaña

Si en nuestro camino hacia la Bretaña Francesa, utilizamos Burdeos como parada obligatoria, a la vuelta decidimos parar y hacer noche en la bella ciudad medieval de La Rochelle. 
La Rochelle se encuentra en la costa atlántica, a dos horas más o menos al norte de Burdeos, y posee uno de los centros históricos más bonitos de la zona, destacando que es un centro histórico casi completamente peatonal, de hecho, es una de las ciudades pioneras en esto de la peatonalización de sus calles.

Sus calles estrechas, con muchos soportales, aún conservan algunas casas de entramado de madera, parecidas a las que habíamos visto en nuestra espectacular ruta por la Bretaña que pronto relataré, pero por lo que más destaca La Rochelle, es por sus fachadas impolutas de piedra blanca, lo que le confiere una gran peculiaridad.  Son construcciones del siglo XVII, parece que todas las calles son iguales, pero en cada una puedes encontrar algo diferente. 

Llegamos  a La Rochelle a la caída de la tarde, habíamos buscado un hotel que tuviese parking propio y que estuviese en el centro histórico, ya que íbamos a pasar solo una noche y al día siguiente teníamos que volver a casa. El hotel elegido fue el François 1ER ,y desde la ventana de nuestra habitación teníamos muy buenas vistas de parte del ese centro histórico de la ciudad, por lo que la elección fue más que acertada. 
No teníamos intención de conocer la ciudad a fondo, o al menos como nos gusta conocerlas a nosotros, jejeje, teníamos pocas horas y decidimos pasear por sus calles y sobre todo disfrutar del ambiente del puerto y de la buena gastronomía por la que también es famosa.
Una de las famosas torres de la ciudad, es la Torre del Gran Reloj, una torre del siglo XVIII que une el casco histórico con la zona del puerto. 

Las terrazas de los restaurantes estaban llenas de gente cenando, teníamos bastante hambre, así que buscamos un lugar en el que sentarnos y disfrutar de esa gastronomía «costera» que tanto me gusta sobre todo a mí más que a Diego. Pedimos una mariscada que tengo que reconocer que casi me la comí yo enterita y unos mejillones que sí que nos gustan mucho a los dos. Lo del tema de los mejillones en Francia es para escribir un relato a parte, madre mía que forma de comer moules!!!! Bueno ya tendré tiempo en mis relatos sobre la Bretaña de hablar de los ricos mejillones que nos comimos en más de una ocasión.

Su puerto histórico tuvo gran importancia en otras épocas, ahora el turismo es lo que le da vida. La entrada por mar  a este encantador puerto, está enmarcada por otras dos de las famosas torres de la ciudad, la Torre de San Nicolás, del siglo XIV y con función de vigilancia y la Torre de las Cadenas, de menor altura, era utilizada para controlar el tráfico portuario y donde se pagan las tasas de aduana. Su nombre se debe a que poseía una gran cadena que la unía a la otra torre cuando se quería cerrar el puerto. 

Cuando se hizo de noche, una gran luna llena iluminaba a la vez que formaba una espectacular estampa, el ambiente era espectacular, música en directo, puestecitos de artesanía y una temperatura súper agradable. 

Estuvimos un buen rato disfrutando y paseando tanto por la zona del puerto, como por las calles aledañas a él y cuando ya comenzamos a estar cansados, nos retiramos a nuestro hotel a descansar. Al día siguiente queríamos madrugar y comenzar el camino de vuelta. 
A la mañana siguiente, como la ciudad nos había gustado tanto, decidimos dar un paseo matutino hasta el puerto y así disfrutar un rato más de ese encantador casco histórico. 
La ciudad estaba muy diferente a como la habíamos dejado la noche anterior, las calles estaban prácticamente desiertas, lo que le daba aún más encanto. 

Desayunamos en una cafetería cerca del puerto, unos típicos croissants franceses que tan ricos les salen y un par de cafés.

A estas horas, el puerto estaba tranquilo y con todas las barquitas amarradas. 

Poco a poco volvimos a entrar al casco histórico para volver al hotel a recoger nuestras cosas y partir rumbo a casa, pero por sorpresa nos encontramos con un mercado de esos que tanto nos gustan, así que tuvimos que dedicarle un ratito más!!!

En casi todos nuestros viajes solemos encontrarnos con este tipo de mercado, se suelen celebrar al menos un día por semana y se venden productos locales directamente de los productores. En este había bastantes productos, sobre todo frutas y verduras, pero también había algún puesto en el que vendían productos del mar como ostras y los famosos mejillones. 

Subimos a la habitación y con bastante pena echamos un último vistazo por la ventana, la visita a La Rochelle había sido demasiado corta!! Como tenemos la intención de volver a visitar el norte de Francia, sobre todo la zona de Normandía que nos ha quedado pendiente, quizás volvamos a pasear en otra ocasión por el encantador puerto histórico de La Rochelle. 

Mª Ángeles. 

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