El Cañón es enorme, en algunos puntos puede alcanzar casi los 2500 metros de altura, es alucinante el poder del agua erosionando la roca. La luz quizás no era la mejor, pues el sol era muy intenso y los colores de la roca no lucían en todo su esplendor, pero aún así se distinguía ese color rojizo que le da nombre al lugar.
Tras unos cambios, Diego tuvo la suerte de hacer de copiloto en el vuelo, con lo que además de disfrutar del paisaje a nuestros pies, también disfrutó del helicóptero preguntando al piloto todo lo que pudo.
En cada helicóptero viajamos seis personas más el piloto, y tienes buenas vistas desde cualquier asiento, sin duda desde el aire obtienes unas vistas inolvidables pese a las turbulencias que sufrimos debido a las altas temperaturas.
Llegamos hasta la zona norte del Cañon, donde hay bastante vegetación y luce con otros colores diferentes a la zona sur.
Continuamos hacia el este para parar en el mirador Desert View, desde el que hay una amplia vista del Gran Cañon así como del río Colorado el cual, tras una serie de curvas, cambia su rumbo hacia el norte.
En este mirador se encuentra una réplica de una torre de vigilancia de los indios Anasazi, civilización que desapareció completamente antes de la llegada de los europeos a América. Vivieron en esta zona de Colorado, Utah, Arizona y Nuevo México y dejaron monumentos arqueológicos de gran valor.
Teníamos que irnos ya para llegar a disfrutar del atardecer a otro de los lugares típicos de la ruta del oeste. Tras dos horas y media de viaje llegamos a Monument Valley, se encuentra ya en el estado de Utah y es una de las imágenes más reconocibles del oeste americano, el hogar de los indios navajos, donde el país pierde toda la modernidad que le caracteriza para dar paso a un escenario de película western donde los tonos rojizos son los protagonistas, en la siguiente entrada del blog hablaré de este fantástico lugar y de uno de los alojamientos más espectaculares.